Tender Puentes

Hay cosas que son muchas: entre ellas, los puentes. Un puente es una cosa que es, a su vez, muchísimas más. No sé si sea ocioso preguntarse si fue primero la idea, la acción, el símbolo o la metáfora, cuando, en realidad, la naturaleza desde el principio mostró a nuestra contemplación —y al entendimiento— los famosos “puentes naturales”, entre las islas o por sobre barrancas y cañadas, salvando el fluido o profundo obstáculo que impedía el paso, o los también famosos puentes efímeros que las hormigas legionarias hacen con sus cuerpos para atravesar una corriente o un vacío.

Porque un puente es eso: una línea transitable entre dos puntos separados por un vacío. Una línea tendida que ata a un punto con otro. Dos puntos que son algo, que algo representan, unidos por encima de una barrera por esta línea que reviste gran importancia: no en balde el título que más sedujo a Augusto, aquel del cual más orgulloso estaba, tal vez porque lo remitía a la antigüedad mítica de la fundación de Roma, era el de pontifex maximus, el ‘máximo constructor de puentes’.

De lianas, madera, piedra o acero; eléctricos, aéreos, virtuales o espaciales, los puentes salvan obstáculos. Por ello se han vuelto tanto un símbolo como muchas metáforas. Son, en este caso, los objetos que la artista Emilia Sandoval (Chihuahua, 1975) ha escogido como inspiración para sus nuevas piezas, en las que resalta, creo yo, esta idea central del hacer un puente, del construir un puente. Tal vez lo hizo así porque los puentes representan vida (y su destrucción presagia muerte, como ocurriera en la última década del pasado siglo con el puente de Mostar, por ejemplo).

La obra de Emilia Sandoval muestra una fuerte pulsión hacia la vida. Las plantas, ramos de flores y las demás construcciones orgánicas (de la serie Fanerógamas AD), minuciosamente formadas con recortes de bolsas plásticas, eso enseñaban: la producción —casi un ensamblaje— de lo bello a partir de objetos comunes, y al parecer inanes, pero que son temibles en su carácter de plásticos: la creación o “formación de nuevas especies a partir de la combinación de materiales propios del consumo…”, como dice su nota biográfica en https://casawabi.org/, lugar donde la artista realizó una estancia en 2020.

Son, al mismo tiempo, un amansamiento del objeto y un triunfo —al transmutarlo en otra cosa— sobre ese objeto. La transmutación logra variados objetivos: al sacar de su contexto cotidiano un objeto, cambia la carga de su significado, lo vuelve otro, en este caso, lo vuelve una pieza. Cambiar las cosas de lugar, moverles su intención, repensar su signo, convertirlas en metáforas, hace que funcionen como un puente tendido entre la artista, la obra y los espectadores.

Hay algo alquímico en todo proceso creativo: las celdas y colmenas de su proyecto “Polinización cruzada” (2014, collages) acercan la preocupación estética de Sandoval, se ha dicho ya, a la ciencia, en particular a la botánica y a la zoología.

Una nota filatélica, ya que esta exposición se halla en el Museo de Filatelia de Oaxaca —uno de mis museos mexicanos preferidos—: casi todos los países han emitido sellos con puentes. Su afinidad al progreso, o a ciertas nociones de progreso, y la facilidad del reconocimiento de su estampa los han hecho un tema predilecto de dictaduras y democracias por igual. Por otro lado, ¿podría imaginarse a Holanda, México o Japón sin puentes? Se podría, pero cada una de estas naciones perdería partes sustanciales de sí.

En un mundo desatado, Emilia Sandoval se ha dado a la tarea de tender puentes, sabiendo que un punto solo en el espacio no es nada, si no es por las correspondencias que establece, o por los rizomas de los que es parte, casi nada si no es por ese puente que lo conecta con el afuera, la otredad, el allá.